“Confianza, miedos y expectativas”. Reflexiones de una joven médica de familia

Miedo: “Se incrementa el metabolismo celular”. “El corazón bombea sangre a gran velocidad para llevar hormonas a las células, especialmente adrenalina”. “Aumenta la presión arterial, la glucosa en sangre, la actividad cerebral, se dilatan las pupilas para facilitar la admisión de luz”…. Esto es el miedo.

El miedo es un mecanismo necesario de defensa que está “tallado” en el ADN de los seres humanos. Se activa ante el peligro y permite responder con mayor rapidez y eficacia ante las adversidades. Fue aprendido por los primeros habitantes de la tierra y forma parte del esquema adaptativo del hombre. Nuestra generación, la actual, tenemos mucha confianza en nosotros, estamos bien formados, pero también estamos sujetos a miedos y expectativas; la verdad es que si mezclamos un poco de todo ello en una proporción aproximada de un 15% de expectativas, un 15% de confianza y un 70% de miedo, tenemos un panorama aproximado de lo que nuestra generación está viviendo.

Vivimos aferrados al miedo que da la inestabilidad económica, pensando que si se invierte más dinero en sanidad hará que tengamos más trabajo, que este sea más seguro, o que nuestro sueldo sea mejor. Nosotros NO hemos vivido “esa época” en la que los pensionistas no pagaban la medicación, los sustitutos eran habituales y no había escasez de suministros. Somos la generación de la crisis, somos como los niños de la posguerra de la sanidad, estamos acostumbrados a buscar en la despensa y verla vacía, a ganar nuestra peseta por hora de jornal y a pasarlo bien con los de alrededor sin grandes lujos, con la bata cosida en casa si hace falta. A realizar actividades comunitarias a coste cero real, no relativo; a tener una caja de medicamentos de rescate útiles para aquellos que no pueden pagar la luz, a evitar paseos al especialista si podemos hacerlo nosotros. A gestionar nuestro tiempo.

Nos hace prepararnos oposiciones a cosas que nunca habíamos imaginado, nos hace trabajar en decenas de pueblos jugando al Tetris para no perder ni un solo día de trabajo, nos hace estudiar francés por si mañana tenemos que cargarnos a cuestas a la familia e irnos a trabajar a Lourdes, o que los recién licenciados estén estudiando finés por si no sale bien el MIR,…el miedo hace que evitemos el golpe y que tengamos una opción B, a veces mejor que la A.

El resto de la ecuación: la confianza y las expectativas, son variables de cada persona, según sus factores moduladores del afrontamiento (personalidad, momento vital, sexo, edad, nivel cognitivo, ambiente…) los aporta de una manera diferente.

Los cambios en la situación en la que vivimos hace que se caigan nuestras antiguas estructuras, y eso es conocido como crisis, pero para nosotros no había estructuras que derrumbar, no las hemos conocido en primera persona, este es nuestro modus vivendi; de modo que no es útil ni sincero hacer nuestras las sensaciones de derrotismo, queja y crítica a propósito del entorno, de nuestros colegas mayores.

Puede gustarnos más o menos, pensamos que de otro modo puede que fuese mejor, pero este es nuestro paisaje hoy, diferente al de ayer y al de mañana. Es nuestro campo de trabajo, estas son nuestras herramientas y si miramos alrededor, estos son nuestros compañeros. No hemos tenido otro escenario donde actuar.

Podemos intentar cambiar las pequeñas cosas que nos rodean, ser profesionales, dedicar tiempo a las relaciones laborales y empatizar con las quejas, pero tenemos que seguir haciendo nuestro trabajo sin pensar en la economía, porque “el guerrero que lucha por dinero solo es leal a su bolsillo”, y como decía Truman Capote “todas las personas tienen la disposición de trabajar creativamente. Lo que sucede es que la mayoría jamás lo nota”.

Ahí está el truco…en la creatividad.

Las épocas de mayores crisis en la historia del mundo tal y como lo conocemos, han estimulado las grandes mentes; porque la necesidad agudiza la creatividad.

Así, la Primera Guerra Mundial nos dejó inventos como la celulosa, las lámparas de luz UV, el cambio de hora, la cremallera o el acero inoxidable. Con la Segunda Guerra Mundial se mejoraron los sistemas de comunicación como el teléfono, el radar o los microondas.

Pero si una carrera ha sido relevante en el desarrollo del mundo sanitario es la carrera espacial. El 4 de octubre de 1957 la antigua URSS pone en órbita el primer Sputnik, solo unos meses más tarde los EEUU recogen el guante y fundan la NASA; y hoy podemos presumir de tener monitores cardiacos, termografías multicolor, termómetros digitales, pasta de dientes, marcapasos, lentes de contacto o alimentos deshidratados y liofilizados.

Las crisis nos obliga a encontrar salidas diferentes que surgen de la creatividad, diversas alternativas para afrontar los problemas del día de día. Nuestro cerebro se acostumbra a razonar que la inversión económica no es ya la única vía de solución para ciertos desafíos. Diversos puntos de vista, metodologías y algo de ganas de abrirse camino a golpe de machete, pueden ser, de cara a ciertas encrucijadas, formas de trabajo tanto o más válidas que la mera, aunque en ocasiones inexcusable, inversión económica.

Por eso el miedo sano que hace apartar la mano antes de quemarte, y pensar a su vez en una nueva herramienta sanitaria para apagar el fuego, que es la creatividad, nos tiene que ayudar a seguir avanzando a pesar de todo. Obviamente, no vamos a volver a inventar la pólvora ni la penicilina; pero como decía uno de mis profesores: “hay que ser un genio para inventar la penicilina, y hay que ser un idiota para no copiar la idea que le funciona a tu vecino”. La creatividad también puede ser copiar grandes ideas usadas en otras industrias, países, ciencias y llevarlas a nuestro jardín.

Ahí está la checklist del quirófano aplicada desde la lista de aeronavegación previa al despegue o los circuitos en la limpieza, y check-in de los hoteles aplicados a los circuitos de alta en los hospitales.

Seamos valientes, honrados, sencillos e inquietos. Así salieron nuestros abuelos de las desgracias de la guerra y así lo hicieron generaciones anteriores. Así empezaremos nuestra carrera y deberían acabarla aquellos que al final de su vida profesional se encuentran con este último bocado agridulce. Con ilusión, con optimismo y coraje.

Sara Guillén. Red Española de Atención Primaria